Antes que Santista o Uribista, ¡costeño! ©
Ben Bustillo – Prohibited its
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Entre
la pelea de Santos y Uribe, la costa debe jugar un papel esencial y destacado
en la votación para la consolidación de sus políticas. Ellos buscan canalizar
seguidores con posibles candidatos que pudiesen reunir a sus complicadas
coaliciones políticas, dividida también entre electores de ciudades y del
campo. Ambos, presionados por el miedo y el fanatismo.
Uribe,
tiene sus ojos puestos en un fiel seguidor, José Félix Lafaurie, conservador,
quien tiene su esqueleto en el armario con la yidis política (aunque
aparentemente absuelto), con los paramilitares (qué ganadero costeño no fue
"vacunado" por las tres fuerzas armadas de Colombia - FARC,
paramilitares y ejército nacional) y quién sabe cuán pronto pueda aparecer otro
denunciante declarando en su contra.
Otro
candidato costeño que trae la campana en el cuello es Eduardo Verano de la
Rosa, quien es liberal. Pero se precipitó con sus ganas rompiendo protocolos
del partido creando divisiones sin ni siquiera haber comenzado la carrera
presidencial. Verano y Lafaurie, como sus posibles padrinos políticos,
representan dos corrientes ideológicas en contravía.
La
reelección de Santos está sujeta a los resultados que se obtengan en La Habana
de sus esfuerzos por lograr la paz con la FARC. Si lograse que se firmasen
acuerdos substanciales duraderos, fácilmente se puede retirar y darle paso a
Germán Vargas Lleras renunciando a la reelección. Pero si la paz no se diese,
Santos se reencarnaría posiblemente bajo una actitud similar a la de Uribe de
pistola en mano. ¿Le daría este procedimiento otro período presidencial? Quizás
no. ¿Se arriesgaría Vargas Lleras a otra candidatura destinada al fracaso como
la anterior?
Uribe
con su Centro Democrático (que de centro no tiene nada) arengando masas con sus
mensajes imprimiendo un pánico a la ciudadanía al estilo de los cultos
religiosos, está pagando pecados de su segundo período presidencial y por sus
constantes trineos negativos. Ha perdido influencia, y su imagen continúa
debilitándose dentro de los vastos votos de seguidores de aquel lejano
candidato presidencial de su primer período.
El
partido liberal, está y continuará con Santos; y aunque el conservador
pertenece a la coalición de su gobierno, tiene más tendencia uribista que
santista; realmente pertenece al poste que más alumbre, y piensa - como manera
de manipular al partido de la U y el Centro Democrático (oficialmente no es
todavía un partido político) - lanzarse a las elecciones con su propio
candidato, un sueño al estilo costeño surrealista, pues no tienen los votos
suficientes para elegir un presidente.
Este es
el momento que los políticos costeños deben saber aprovechar. Primero, deben
salir de procedimientos anteriores cuando recibían migajas que los centristas
aliados con el Valle y Antioquia todavía les tiran con desdeño. Segundo, deben
parar de actuar a escala local convocando un bloque costeño único poderoso en
votos con poder de influenciar a las tendencias Santista o Uribista, aunque se
dividan en esas dos corrientes políticas. La cuestión no debe ser si Uribe o
Santos; lo que importa debe ser como sacar más dinero del erario nacional para
desarrollar los departamentos costeños a la siguiente etapa de evolución
social, económica y educacional. Siempre negociando como bloque jurídico
representado por un número de votos disponibles al mejor postor.
La
oportunidad es ahora, ya que algo trae arrastrando el canto de la cabuya, pues
posiblemente Cambio Radical se fusione con el Partido Liberal, el partido de la
U se bifurque en tantas ramas que termine siendo un guayacán, y el conservador
quede consolidado en una minoría sin trayectoria nacional. El Verde y el Polo
no tienen una resonancia nacional independiente ni los votos suficientes para
elegir un presidente.
Uribe
representa la tendencia pendenciera caminando con su pistola en la cadera
derecha lista para desenfundar en cualquier momento y por cualquier razón.
Santos, una más calmada, serena, azotando el látigo de vez en cuando. Los dos,
corruptamente enamorados del poder y con ambiciones egocéntricas que demandan
una adoración divina para que sus aliados puedan gozar del presupuesto
multimillonario nacional. Ambos saben secretos del otro, pero a menos que la
confrontación sea a muerte política, seguirán siendo "secretos
matrimoniales".
Las
elecciones presidenciales colombianas con un candidato costeño tienen su
historial en 1970 cuando Evaristo Sourdís cumplió el propósito principal de
restarle votos a Gustavo Rojas Pinilla, quien contaba con una base fundamental
por estos lares. Los trescientos mil y tantos votos que recibió Sourdís,
hubiesen sido para Rojas Pinilla, lo que permitió que Misael Pastrana Borrero
saliese elegido como presidente.
La
costa merece y necesita candidatos presidenciales sin esqueletos encerrados.
Los dos personajes que suenan, Lafaurie y Verano, representan disidencias de
los caciques electorales costeños con fuerzas políticas que se concentran
localmente sin ninguna o muy poca influencia en los departamentos aledaños.
Quizás Verano podría contar con más votos por ser barranquillero, al nivel de
ciudadela; pero la influencia de la ganadería, a niveles departamentales, no se
puede descontar.
Santos
y Uribe reconocen la necesidad de traer un candidato costeño de peso pesado a
uno de los puestos prestigiosos del ámbito nacional; ¿sería la vicepresidencia?
Porque la presidencia se encuentra todavía muy distante de las manos costeñas.
Leyendo
el "guarrú" del café y el humo del tabaco, lo más probable que suceda
es que Verano acompañe a Santos como candidato a la vicepresidencia, y Lafaurie
en el mismo puesto al candidato presidencial que acepte ser el títere de Uribe.
Pero
siendo utópico desde la nube número 99, sería mejor que los políticos costeños
estableciesen un interés común en educar candidatos para que adquieran talla
presidencial. La idea no debe ser de un separatismo; debe ser de utilizar las
herramientas disponibles que solo se pueden conseguir con un bloque de votos
homogéneo al que los centristas utilizan con sus aleaciones políticas, y quizás
yendo al extremo de formar su propio partido político irreverente a las
tradiciones establecidas.
De acuerdo a los resultados de las elecciones
presidenciales del 2010 la costa atlántica tiene un potencial de sufragantes de
6.324.431 de los cuales votaron 2.448.889 entre válidos y en blanco suficientes
para elegir un costeño a la presidencia; y sino, por lo menos es un bloque
substancial para exigir más de lo que se recibe a niveles locales.
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