Elecciones 2014: Santos vs. Uribe ©
Ben
Bustillo – Prohibited its reproduction
Este debería ser el titular de la mayoría de los artículos que se
escriben sobre las próximas elecciones. No es una lucha entre primos hermanos
dobles, ni es una riña familiar como se ha estado examinando en las noticias
últimamente. La realidad de las confrontaciones son las ideologías que ambos
políticos, Santos y Uribe, representan: armamentista y bélica la de Uribe, y la
pacifista que busca el Presidente Santos con su intención de ser reelegido para
hacer la paz con las FARC y el ELN por medio del diálogo.
Al prestar su nombre Francisco Santos como candidato presidencial
cualquier tipo de integridad que intentase representar es nula, ya que la gran
mayoría electoral entiende de qué se trata: de ser testaferro de las políticas
uribistas. Qué tanto de sus ideas políticas personales pueda imponer, está
todavía por verse; y a lo mejor podría ser otro golpe de estado a las
pretensiones ideológicas de Uribe. Al fin y al cabo, es otro Santos, con los
mismos genes por partida doble, y las probabilidades para que otra “traición”
suceda, matemáticamente tienen el 50% de chance. Quizás es por eso que Uribe se
ha restringido en dar un apoyo público a su posible candidatura presidencial.
Otra razón podría ser de que su futuro político a nivel nacional está en
juego; ¿cuál de los otros candidatos de
su movimiento político podría mover los votos necesarios para ganar las
elecciones presidenciales del 2016? Otro fracaso de apoyo electoral significaría
que su aura política está enferma y grave de muerte en otro renglón electoral,
más específicamente en lo que se refiere a su poder adquisitivo por la
presidencia, ya que en el ámbito local, especialmente en Bogotá, su influyente
apoyo no ayudó a Peñalosa a ser elegido, ni a Gutiérrez en Medellín, Marlene
Pinto de Hart en Bucaramanga, ni a Barbosa o Gómez en el Meta. Es más, la
opinión de conocedores y seguidores de la política colombiana, aseveran que
perdieron precisamente por este apoyo.
Este es otro de los factores que lo impulsaría a presentarse a las
elecciones del Senado donde sí tiene más opciones de ser elegido para balancear
su aspiración egotista personal y política. Si su marioneta, ya sea Pacho (la
verdad es que en este momento es el único candidato utilizable, Ramos y Vélez
quienes son poderosos dentro de su ideología, están siendo investigados) o su
otro posible gallo tapado pierde las elecciones (que de acuerdo a las encuestas
realizadas por varias entidades señalan que es lo más probable que suceda), su
retroceso es inminente deteriorando su poder influyente, y su única alternativa
es el senado donde podría tratar de ejercer é imponer su imperio ideológico.
Las políticas de Santos y Uribe son contrarias. En el último período
presidencial de Uribe mostró una careta que disgustó a muchos de sus
seguidores. Hay que ser precisos que con la jugada que le hizo a los
paramilitares las últimas páginas de esa historia aún están sin escribir, y
lejos de poder definirse. A pesar de los tantos años pasados desde su
ocurrencia, todavía no es el momento de cantar victoria.
Pero tiene seguidores que concuerdan con sus ideas bélicas por los
resultados de su primer período presidencial. Y la frase común es “que la
seguridad actual no está como estábamos cuando Uribe era presidente”.
La imprecisa correlación de esos hechos hace de la frase un simple
slogan propagandista electoral y sin valor para las intelectuales del país, que
comparados con el número de simpatizantes y adoradores del ego de Uribe son una
minoría, pero hacen peso al definirla como una banalidad.
Santos quiere la paz a cualquier costo influenciado por las ideas
izquierdistas de su hermano Enrique. Dentro de la burguesía de la familia
Santos hay una voz capaz de reconocer las inequidades del sistema y de pronto
ha sido el factor responsable en el presidente Santos para retomar el liderazgo
de negociar la paz con la insurgencia colombiana.
El problema es que los insurgentes carecen de credibilidad popular; los
únicos ingredientes que ellos tienen son los del temor, el poderío bélico, el
secuestro y el narcotráfico. Las experiencias pasadas nos hace a los
colombianos escépticos de la consecución de un arreglo. No por las intenciones
del gobierno actual y los anteriores. Es la necedad de esos greñudos, sus
imponencias y descaro al pretender que se les sirva en bandeja de oro - ni
siquiera la de plata - lo que se les ocurra pedir en las negociaciones. Ahora
quieren, prensa, puestos en el congreso, a lo mejor ya pidieron dinero en
efectivo, o las avenidas para invertir sus dineros en las bolsas de valores y
bienes y raíces.
La negociaciones no se están llevando al estilo Uribe y por estas
experiencias además de las anteriores es que la insurgencia actúa
precavidamente. No ha habido una guerra en el mundo donde la paz se haya
negociado sin beneficios para la contraparte. La cuestión ahora no es de quién tiene la razón. Lo que
interesa ahora es la consecución de la paz para terminar el conflicto bélico.
Ambos, Santos y Uribe es lo que desean y buscan. Sus métodos, son los
que difieren. Uno por el medio bélico y el otro utilizando el razonamiento a
pulso de negociaciones y diálogos. Ambas teorías tienen sus seguidores, y
quizás la idea de una constituyente no suena tan mal; pero debería ser
solamente para que los colombianos definiéramos si se busca la paz por medio de
negociaciones y discusiones o por el medio bélico.
Si Uribe o Santos piensan que tienen los votos
suficientes para definir esta encrucijada, dejen sus necedades egocéntricas y
confróntennos para decidir el método. Al fin y al cabo, esta historia de
insurgencias, drogas, secuestros y matanzas, aún no termina. Faltan por lo
menos dos generaciones más, para que estas décadas de patria boba, queden en
los anales de la historia como tal. El derramamiento estúpido de nuestra sangre
tiene que parar.
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