¡Dios no es más que una invención!
Hoy estoy
enojado más que nunca contigo; generalmente, me eres totalmente indiferente,
pero desde ayer te tengo más atravesado como nunca. Para mí eres ciego sordo y
mudo al fijar mi mirada alrededor del mundo; cuánta miseria, dolor, pobreza y
enfermedad. ¿No y que eres el todopoderoso? ¿No y que en la lucha entre el bien
y el mal perdura tu poder? ¡Ciego, sordo, mudo e impotente! Te la ganó el
diablo por esa indiferencia total que le tienes a tu adorada creación.
¿Sabes por
qué te tengo hoy más atravesado que nunca? Como lo “sabes todo”, me imagino que
sí; pero como dudo de tu existencia, te lo digo. Ayer, seis horas antes, Mafe
recurrió a ti por medio de lo que ella y muchos definen como oración. Te daba
gracias y fervorosamente promovía una gratitud por su hijito de cuatro años afirmando
que eras tú quien lo mantenía con vida. Sin embargo, sigilosamente como una
serpiente te le acercaste y te lo llevaste. Supongamos eres real, ¿para qué te
servía después de esa oración? Es una criatura, ¡carajo! Si ni te importan
otras miserias de la vida, qué va a importarte el dolor de esta madre joven.
No te
abastó haberte llevado a su padre, (mi hermano –aunque fue buscada por él y su
terquedad) el mismo día un año antes. Tampoco te sentiste satisfecho de haberte
llevado a su madre en el accidente que ocurrió el 31 de diciembre. Te tenías
que llevar también a su hijito de cuatro años.
No, no te
confundas, yo no creo en tu existencia. Tú eres un mito para mí. Te hablo
hipotéticamente para quejarme de los muchos que se consuelan con la formación
de un angelito, y que si pudiesen pensar como yo, o al menos refugiarse tras
este escrito, lo harían como lo estoy haciendo. Fíjate como los tienes de
confundidos que se acogen a algo basado en una creencia impuesta por las
ignorancias generacionales; como la explotación de las doctrinas religiosas de
las diferentes dominaciones cristianas afianzadas por el temor de pensar y las
abrazan como verdaderas.
Normalmente,
cuando hablo contigo uso palabras fuertes; “pelo el cobre” como se decía en mis
tiempos en el terruño que ya no lo es. Y uso ese método metafóricamente, porque
a pesar de que he vaciado en cantidades suficientes residuos de esa mitología,
es imposible depurar esa escoria. Por eso, en momentos como este recurro a una
conversación inexistente. Te salvaste hoy de mis malas palabras porque estoy
utilizando un medio diferente y prefiero no ofender a los lectores. Pero si es
cierta tu existencia, bien que las sabes.
Hoy, estoy
bien enojado contigo. Si supieras contar, oír o ver, hubieses leído las
cantidades de “oraciones” que se rezaron por Juan Alejandro y los que afirmaban
con una fe ciega su sanación. Nuevamente, ¿qué te pasó? ¿Por qué no los
escuchaste? Aparentemente tenían los ingredientes que las denominaciones
religiosas promueven para recibir “milagros.” No fue así. Preferiste continuar
con tu ceguera y sordidez al reflejar quizás complacencia en lo ocurrido.
Habrá
identificaciones al leer este escrito y culparán a la corriente negativa,
satanás o el diablo. Pero si midieses tu fuerza con la de él, no se supone ¿que
tú eres el más fuerte? No, no culpen en mi escrito a otra fuente por lo
sucedido, porque en todo el tiempo que el hombre ha aceptado la imagen de este
ser, nunca ha escuchado; la interpretación ha sido siempre canalizada hacia una
esperanza que está por venir, o un espacio en el cielo que debe estar sobre
poblado.
Desde ayer,
me reafirmaste tu inexistencia; pero para aquellos que escogen seguir esas
creencias, les digo lo que yo hice. Creo que concentrándome fuertemente, y
pensando intensamente en Juan Alejandro, pensaba en una transferencia de
energía que ayudase su bienestar. Pero les confieso algo: en mi segunda
concentración, percibí lo que aconteció. Pero refuté ese pensamiento y en
contra de una verdad, decidí seguir usando mi método de transferir energía.
Pero fue en vano. Ya sabía algo que me resistía creer.
Comments
Post a Comment